Lo sabe Rafael Nadal, pero aun así no puede evitar torcer el gesto una, dos, tres, cuatro y las veces que haga falta porque el público de la Arthur Ashe no deja de entrar y salir, de levantarse para hacerse selfies, de brindar y pasear, de moverse todo el rato y departir como si estuviera en el sofá de casa, enfrente del televisor.